SAN BERTOLDO DE MALAFAIDA, PRIMER PRIOR GENERAL DE LA ORDEN DEL CARMEN
Pedro, el ermitaño, había lanzado su vibrante voz invitando a los pueblos
cristianos a ir en socorro de aquellos fieles que en Oriente gemían bajo el
poder musulmán. Envuelta su figura en tosco hábito, cuya capucha encuadraba su
rostro, dándole apariencias de vieja estatua de hornacina, recorría ciudades y
aldeas comunicando todo el entusiasmo de su cálido verbo a las muchedumbres, que
le seguían atónitas. Y formóse la primera Cruzada. Se inauguró aquella serie de
caballerescas y religiosas hazañas, que más tarde habrían de ser cantadas por la
incomparable lira del Tasso.
Nobles y plebeyos, religiosos y seglares, formando un haz maravilloso,
atravesaron el suelo de Europa impulsados por el más generoso sentimiento y por
la más pura y legítima ambición: prestar auxilio a sus hermanos en Cristo y
rescatar para el mundo cristiano aquel santo sepulcro donde había reposado,
después del tremendo sacrificio, el adorable cuerpo del divino Redentor.
Esta primera cruzada despertó la atención, algo adormida, del pueblo europeo
hacia aquella región de Paletina santificada por los trabajos y sufrimientos de
jesús. Y a impulsos de la fe, prodújose entonces un magnífico movimiento que
precipitaba las muchedumbres a Oriente. Bertoldo Malafaida o de Malafai (1),
sacerdote originario del Limonsín, fue uno de los que secudnaron primeramente
tan hermosa iniciación y en compañía de su hermano Aimerico, Bertoldo partió
para Jerusalén.
¿Quién podrá reseñar una por una todas las bellezas que atesora el Monte
Carmelo? ¿Quién referir todo el encanto y sencillez de la vida eremítica de los
primeros penitentes que lo habitaron...? ¿de aquellos discípulos del gran Elías,
que iniciaron con sus huellas la divina senda que habrían de recorrer más tarde
los futuros religiosos de la ilustre Orden carmelitana?...
En la época a que nos referimos, en aquellos días de la primer Cruzada, la
persecución musulmana, siempre creciente, había disminuido en gran manera el
número de los hijos del gran profeta. Pero la gloriosa expedición iniciada por
Pedro, con su gran núcleo de peregrinos latinos, iba a ser causa de que la vida
eremítica adquiriese vigor nuevo en Oriente; de que en el Monte Carmelo se
reanudara con mayores bríos aquel vivir austero que hicieron célebre los
discípulos del profeta que arrebató Dios en la resplandeciente tromba de un
ígneo torbellino...
Y el glorioso restaurador sería San Bertoldo de Malafaida.
Llegado San Bertoldo a Oriente, uno de sus primeros cuidados fue visitar el
Monte Carmelo. Y tal fue la complacencia experimentada por el ilustre Bertoldo
en aquella santa excursión, que, lleno de íntimo e inexplicable gozo, determinó
morar para siempre en las poéticas faldas de aquel monte sagrado, donde aun
parecía escucharse, en el rumor de sus brisas, algo así como una prolongación de
los cánticos últimos de Elías y Eliseo...
Bertoldo, pues, abrazó la vida eremítica de los solitarios del Carmen.
(CONTINUARÁ: página 562)
(1) Aunque sin fundamento alguno, es llamado también Bertoldo de Calabria en algunas Crónicas del Carmelo.
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