El ilustre Deán de la Catedral de Zaragoza, el
insigne Jardiel, precisado ornamento del clero español, orador incomparable, en
un discurso predicado el 10 de Mayo de 1894 en el templo del Pilar, dice,
refiriéndose al célebre Maestro Ávila, las frases siguientes:
“No es la vida del Beato Juan de Ávila, vida de
tal manera accidentada y escabrosa, que ofrezca a las miradas de quien
devotamente la contempla, esos valles profundos y esas montañas elevadísimas,
ante cuya majestad imponente estalla el entusiasmo, o deja de circular, agolpándose,
al corazón, la sangre de las venas. Ni es el mártir de Cristo que sucumbe, tras
largo padecimiento, desafiando la soberbia de sus verdugos; ni es el apóstol
lanzado por su celo a países desconocidos, portador valeroso de la divina
enseña del Evangelio; ni es el solitario y austero penitente, que hace del
yermo y de sus punzantes espinas la gloria de su alma ilusionada con las alegrías
del cielo; ni es el doctor insigne, cuyo talento, inspirándose en la verdad y
derramando en obras inmortales aceptadas y bendecidas por la Iglesia, afirma la
constancia de los hijos de Dios y quebranta el orgullo de los impíos que la
combaten.
“Y, sin embargo, en esa esfera más reducida y más
modesta (no hallo otra forma de deciros mi pensamiento), Juan de Ávila recorre
noblemente todas las sendas de perfección, todos los caminos de santidad que
ilustraron y ennoblecieron los más enamorados servidores de Cristo”.
Estas palabras, nos interesan más que ningunas
otras en la vida del Beato Juan de Ávila, cuya festividad celebra hoy la
Iglesia.
(CONTINUARÁ… Pag 185)
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