miércoles, 9 de mayo de 2012

SAN GREGORIO NACIANCENO





Mente y corazón, inteligencia poderosa y exquisitos sentimientos, he aquí la característica de todo hombre verdaderamente genial.
Mente despierta a las ideas sublimes, y corazón abierto a los impulsos generosos y a las afecciones puras, es la mayor perfección del alma humana.
No en todos los hombres que el vulgo aclama por su saber o su bondad, resplandecen al par la bondad y el saber con sus peculiares fulgores. En la mayor parte del género humano se contraponen pensamientos y sentimientos, concepciones y voliciones, inteligencia y voluntad. La tan deseada perfección del pensar honda y bellamente, y del noble y elevado querer, es muy raro de hallar en un solo individuo.
¡Cuántos sabios desperdigados por el mundo, que después de sus metafísicas abstracciones, de sus largas horas de estudio en que el pensamiento revoloteó por las esferas de lo suprasensible, se abaten, se doblegan a los sentimientos instintivos de su flaca naturaleza, rodando por la pendiente de concupiscencias groseras, de intereses bastardos y egoístas!...
¡Cuántos hombres, también de excelente corazón, de virtud sin tacha, de afectos sin dobleces, de inclinaciones a todo lo bello y delicado, puros, integérrimos, sencillos…, son incapaces de ascender por un minuto siquiera a las altas regiones de la sabiduría donde horas y horas permanece el genio!...
Los primeros son como las águilas, que se pasean por el espacio, mirando al sol, y luego, en un momento, descienden rápidas al surco para satisfacer el cruel capricho de devorar algún animalillo, que, descuidado e inocente, cruzaba por la tierra. ¡Qué de sabios no bajarán desde las alturas de su saber al mundo de sus miserables deseos, y hundirán sus garras de hombres en el plumaje blanco de una inocencia!...
Los segundos, los hombres de sentimientos puros, castos y bellos, aunque de inteligencia obscura, mísera y vulgar, son como esas mariposas de finísimas membranas irisadas que sólo vuelan de flor en flor…
San Gregorio Nacianceno fue al mismo tiempo eminentemente sabio y exquisitamente sentimental.
Y este corazón tan puro, tan delicado, tan amable, no en otra parte se formó sino en aquel santo hogar de Nacianzo, bajo la tutela de sus amorosos padres. San Gregorio –cuya vida reseñamos el día 1.° de Enero- y Santa Nonna, la madre ejemplar, la gran cristiana, que apenas nacido su hijo, santificó en cierto modo sus labios y sus manos, haciéndole besar y tocar las páginas sagradas del Evangelio.
Y aquella inteligencia fecunda, próvida en manantial de luces, se nutrió, primero en las aulas de Cesárea palestinense, luego en la célebre universidad alejandrina, después en los floridos liceos de la elegante Atenas, y siempre, en la Escuela inmortal de Jesucristo. ¡Así fue él en sus famosos escritos, ora docto, ora bello, ya austero y grave, ya delicado y tierno, y en todo instante, en cada una de sus páginas, recatado, honesto, fervoroso y temeroso de Dios! ¡Así dominó la prosa y el verso, el discurso didáctico y profundo, y el epigrama donoso y gentil!...
Mente despejada y limpia como un cielo de tarde serena, y corazón sano, abierto de par en par a las nobles afecciones, a manera de esos intercolumnios de crugía conventual por donde entran efluvios olorosos de cercana huerta, los pensamientos y los sentimientos todos de este ínclito Doctor, revistieron siempre ese matiz, ese tornasolado iris de profundidad y belleza que constituye el ideal de la humana perfección.
Fue sabio, fue artista, fue santo… El ser humano no puede llegar a más. Sabiduría, Arte y Santidad, son tres gracias que, muy de tarde en tarde, se hallan reunidas en un solo hombre.
Si tan difícil es hallar un sabio, un artista, un santo, en el riguroso sentido de la palabra; si el sabio-artista o el artista-santo en muy contados individuos surgen, pues un Leonardo de Vinci o un Fray Angélico no todos los siglos los poseen, ¿cuán raro no será en el mundo encontrar un hombre que sea sabio, artista y santo a la vez?...
San Gregorio de Nacianzo ostenta esta triple corona.
¿Le queréis ver revestido con los severos ornamentos de la ciencia? Estudiadle como teólogo.
¿Le queréis ver envuelto con la graciosa túnica del arte? Vedle poeta.
¿Le queréis casto, penitente, fervoroso, humilde, santo, en una palabra? Sorprendedle en los mil detalles de su vida íntima.
Teólogo fue este gran poeta: el Teólogo se le llamó por antonomasia durante su tiempo, título que solo él y ningún otro doctor de la Iglesia, comparte con el águila de Patmos, San Juan Evangelista. Teólogo profundo: ¿no leísteis ninguno de sus discursos pronunciados en Constantinopla contra Eunomio y los pneumatómacos, en los cuales de modo admirable, con toda exactitud, con toda lucidez, expone la sublime doctrina de la naturaleza de Dios y de la Trinidad, de las personas divinas? “Invencibles”, los llama Bossuet, por sus razones claras, contundentes; por el método preciso, terminante, con que presenta la teología cristiana referente al misterio de la Beatísima Trinidad. Él confiesa que ni el entendimiento puede comprender ni las palabras explicar la naturaleza divina; sin embargo, tan sublime, tan sabiamente se expresa San Gregorio acerca de Dios y sus atributos, que a veces se llega a ver algo de lo que él anuncia como incomprensible.
¿Y sus célebres invectivas contra el emperador Juliano, confirmando a los cristianos en la fe, destruyendo los errores del gentilismo, defendiendo la Providencia divina y haciendo ver la justicia de Dios?
¿Y sus discursos exegéticos, de los cuales uno solo ha llegado a la posteridad, aquel donde con notable erudición se expone la doctrina de los doce versículos primeros del capítulo XIX de San Mateo?
¿Y sus oraciones morales, sus homilías, sus panegíricos, donde ruega, enseña, explica los misterios, da reglas de costumbres; constituyendo todo este admirable trabajo doctrinal, un curso magnífico y completo de teología en el cual, como artista que era, junta al rigor del lenguaje dogmático los movimientos, los giros de la más sublime y arrebatada elocuencia? La sabiduría, sí, brota de su mente, reviste sus palabras, tachona con luminosos puntos el cielo de sus escritos… ¡Es sabio San Gregorio Nacianceno!...

(CONTINUARÁ… Pag 166)

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