No hay institución sobre toda la tierra que, como el Pontificado, presente a la admiración del mundo varones de tan subido talento y eximia santidad.
No hay dinastías tan gloriosas como la dinastía
de los Papas.
Apartándonos ahora del carácter divino que
imprime la dignidad papal a los hombres por ella favorecidos, y fijándonos sólo
en esas cualidades inherentes a todo hombre de ciencia y de virtud, diremos que
es raro hallar quien aventaje en tal sentido a la mayoría de los Sumos Pontífices.
No parece sino que Dios ha querido que toda la excelsitud del talento y toda la
hermosura de la bondad, resplandecieran en sus augustos representantes.
San Pío V pertenece a esa gloriosa raza de los
Pontífices magnos; a esa falange inmortal, que desde San Pedro hasta nuestros días,
se ha dilatado en excelsos continuadores de la obra de Dios.
¡San Pío V!... Asombra la labor de este hombre
ilustre: fue como un águila que se remonta a la altura, para abarcar desde allí
con el potente rayo de sus pupilas toda la tierra. Porque San Pío V, desde la
elevación de su trono pontificio, abrazó con la mirada de su genio toda Europa,
y Asia, y América… Fue un conductor de reinos, de naciones, de estados. Regeneró
pueblos que, decrépitos, marchaban a su ocaso, y dirigió los pasos primeros de
civilizaciones nacientes. La acción de este soberano Pontífice fue universal.
Nada escapó a su celo, a su diligencia, a su amor de padre y a su rectitud de
juez.
Bien es verdad que durante su tiempo
florecieron varones como San Pedro de alcántara, San Felipe de Neri, San Félix
de Cantalicio, San Francisco de Borja, San Juan de Dios, San Carlos Borromeo…;
y mujeres como Santa Catalina de Ricci, Santa Teresa de Jesús y Santa Rosa de
Lima, todos los cuales ayudaron no poco con sus talentos y sus virtudes la
magna labor de este Pontífice. Pero sin ellos, San Pío V hubiera realizado
igualmente toda su obra. Fue uno de esos hombres providenciales colocados por
Dios, de tarde en tarde, para alivio y sostén de la humanidad.
Dice un historiador eclesiástico, que a los
ojos del Papa, la Iglesia es un reino sin fronteras, en el cual no se conocen
distinción de razas ni demarcación de territorios. Lo que sueña hoy día la
ambición humana para la explotación del mundo, está hace ya muchos años
realizado por la caridad católica; por esto, la vida de un Papa es la historia
de su siglo. En el XVI había tres políticas muy distintas: la política
protestante que se agitaba convulsivamente en el desorden intelectual y social;
la razón de Estado de los soberanos de Europa, que argumentaba, discutía o se
doblegaba según las exigencias accidentales del momento; la resistencia, en
fin, de la Iglesia, que invocaba preceptos divinos, eternos, inmutables.
De todo se ocupó, y siempre con éxito, el genio
poderoso de Pío V.
(1) Este santo es nombrado por algunos
martirologios el día 5 de Mayo, y por otros, el 7 del mismo mes.
CONTINUARÁ
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