Si el Papa Celestino I no hubiera hecho más obras en su vida que componer esa oración consoladora, confortadora que añadimos a la salutación angélica, Sancta María Mater Dei, era ya suficiente para que el pueblo católico le mirase con singular predilección.
Hay santos que, con sólo una acción, se hacen
acreedores al reconocimiento de los siglos. Bástanos aquel mérito para que
nosotros, haciendo abstracción de todos los demás, le prodiguemos nuestras
simpatías. San Celestino, como San Pedro Mezanzo –el esclarecido autor de la Salve, según recientes investigaciones-,
fue un enamorado ferviente de la Santísima Virgen, en cuyo honor y para esperanza
de la doliente humanidad, compuso la breve y hermosa plegaria que todos hemos
rezado muchas veces en el curso de nuestra vida: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la
hora de nuestra muerte.
El motivo de que San Celestino dirigiese a la
Virgen tan tierna oración, fue el siguiente. Contra el dogma católico,
Nestorio, patriarca de Constantinopla, se atrevió a enseñar que María no debía
ser llamada Madre de Dios.
El ilustre Rivadeneyra, en la pintura que hace
del célebre heresiarca, dice que por su origen era alemán, por sus ficciones
griego, y por su inconstancia sirio, que “acompañaba su natural con un ingenio
travieso, voz sonora, lengua fecunda, acción viva, con la que ganó en los
pueblos grande opinión, y por estas prendas y una modestia y santidad fingida
de presbítero en la iglesia de Antioquia, le hizo el emperador Teodosio el Menor
obispo constantinopolitano, y dio grande lugar y mano en su gracia, haciendo
que le admitiese también a la suya el santo Pontífice Celestino”. Pero este
papa ilustre, avisado por San Cirilo de Alejandría sobre muchas de las
doctrinas heréticas propaladas por Nestorio, encaminó todos sus esfuerzos a
deshacer los errores del gran embaucador. Negaba Nestorio en Cristo la unión
hipostática de dos naturalezas en un supuesto, y ultrajaba a la celestial
Señora queriendo privarla de su glorioso nombre de Madre de Dios. No contento
con predicar esta herejía en Constantinopla, escribió cartas y libelos,
causando su actitud general consternación entre los fieles hijos de María.
Cirilo de Alejandría, el ilustre carmelitano,
publicó, rebatiendo las doctrinas de Nestorio, tres libros que intituló: De recta in deum fide. Mientras,
Celestino intentó reducir a Nestorio al verdadero camino de la Iglesia por
medio de cariñosas epístolas; pero el obcecado enemigo de nuestros dogmas
rechazó toda advertencia y continuó sembrando el mal entre los fieles.
(CONTINUARÁ… pág. 124)
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