sábado, 5 de mayo de 2012

LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN





No vamos a describir la vida del gran Doctor de la Iglesia: esto lo dejamos para el 28 de Agosto, en que se celebra su festividad. Hoy sólo nos circunscribimos al hecho de su milagrosa conversión; a la precipitada fuga de las densas nieblas que obscurecían su mente; al resurgimiento glorioso de su espíritu, iluminado ya para siempre con los espléndidos raudales del sol de la verdad…
¡La Verdad!... ¿Qué es la Verdad…? ¿Dónde se halla la Verdad…? He aquí las preguntas que constantemente se dirige Agustín; he aquí la incógnita que siempre han tratado de descifrar los sabios de todos los siglos. ¡La Verdad!... ¡Cuántas razones se han formulado para explicarla! ¡Cuántos sistemas se han inventado para descubrirla! ¡Cuántas escuelas, desde los más remotos tiempos, erigiéronse para enseñarla a la atónita humanidad!... ¡Y todas, a excepción de una, la escuela filosófica cristiana, erraron, se equivocaron, se confundieron!...
Pitágoras, el fundador de la escuela itálica, sustenta que Dios contiene en sí la imperfección de todas las cosas cuya causa es. La escuela eleática niega la realidad del mundo. La escuela sofística, defiende y combate a la vez sus derechos a la razón humana… La escuela de Megara, la cirenaica, la cínica, la escéptica, la estoica, la epicúrea, la romana…, todas, involucran tergiversan, equivocan la verdad, y el caos filosófico se preña, se abulta cada vez más de absurdos, de fantasmas y quimeras.
Sócrates, Platón y Aristóteles, se acercan a la Verdad…; se acercan, pero no la tocan, no la ven; la columbran tan sólo, como a través de la niebla que comienza a desgarrar sus gasas, columbramos el rutilante paso de la luz, la silueta esplendorosa del sol…, ¡pero el sol aun no nos da de lleno sobre la frente!
San Agustín, que siente en todo su ser la llama del genio; San Agustín, que sufre en todo su espíritu un espoleo incesante, atosigamientos sublimes de inquirir, de sorprender, de fijar definitivamente sus juicios, enmarañados en la espesa red de conjeturas, probabilidades y cálculos; San Agustín, que halla en su corazón un abismo abierto por el deseo de la sabiduría, se lanza con todo el ímpetu, con toda la fuerza de su genio africano, en pos de la Verdad, internándose para buscarla, con la antorcha de su poderoso entendimiento, en los más intrincados y obscuros laberintos de las escuelas filosóficas… ¡Y no la encuentra!
¿Cómo iba a hallarla allí, si la Verdad es muy grande, y no puede caber en los reducidos antros de la especiosidad y el sofisma…? ¿Cómo la charca mísera del error pagano, iba a contener la noción precisa, exacta, verdadera de la absoluta realidad, que es toda un mar inmenso…? Para beber la luz del Sol, para esponjarnos con sus rayos, para recibir a torrentes su claridad, para ser un fulgor de sus fulgores, es preciso colocarnos dentro de la misma radiosidad que proyecta, encuadrarnos bajo el marco azul del firmamento, por donde el sol pasa, por donde el sol gira… Así, y sólo así, nos hallamos completamente iluminados; así resplandecerá el sol en nuestra faz y en nuestros vestidos… Pero buscar al sol entre las cuatro paredes de un sombrío calabozo, o querer que penetre todo el esplendor de sus rayos por la rendija abierta en la maciza muralla del torreón, es capricho loco, estulticia incomprensible…
Esto hicieron muchos filósofos de la antigüedad, y esto hizo aquella águila, aun irresoluta en sus vuelos, que se llamaba Agustín.
Vedle recorrer una por una todas las escuelas y todas las regiones donde más o menos disparatadamente se enseña la Verdad. Vedle hojear todos los libros y conversar con todos los sabios y artistas de su tiempo. De Tagaste va a Cartago, de Cartago a Roma, de Roma a Milán.
¡La Verdad!... No la ve, no la presiente tampoco en las floridas estancias del poeta pagano, ni en las escenas degradantes del teatro latino, ni en las discusiones del foro, ni en las justas literarias de la Academia… Lucha Agustín, se desespera, se afana inútilmente…
Y mientras, cariñosa, suplicante, gimiente, llorosa, le sigue su madre, aquella santa mujer, aquella mártir del amor filial, ¡Mónica!, que en pos del hijo, riega con su llanto todo el camino por donde Agustín pasa… ¡La gran mujer lleva grabadas en el corazón las frases del obispo africano: “No se perderá, no, el hijo de tantas lágrimas!...”

(CONTINUARÁ… Pag. 84)

No hay comentarios:

Publicar un comentario