En medio del positivismo de la edad presente;
en medio de estas luchas sórdidas de intereses mezquinos que a todos nos
consumen; a través de estos sentimientos egoístas, de este batallar constante
que unos contra otros sostenemos para crearnos una posición holgada, que nos
de, no solamente lo necesario, sino lo baladí y superfluo, es difícil admirar
en toda su grandeza esas figuras colosales de santidad que descollaron en
pasadas centurias; esos hombres abnegados, desprendidos, generosos, penitentes…,
que todo lo sacrificaban por el bienestar del prójimo, y cuya única ambición
consistía en atesorar virtudes para adquirir el reino de los cielos.
La prosa de la vida actual nos pone espesa
venda en los ojos del alma, y a través de su cendal obscuro no acertamos a ver
en toda su magnífica hermosura los méritos, por ejemplo, de un San Pedro de Alcántara
o un San Francisco de Asís.
Influidos por este ambiente de frivolidad que
destruye poco a poco las delicadezas del espíritu y vicia las puras corrientes,
la sana poesía de las acciones generosas, se reputan hoy muchas empresas de
santos y de héroes, como obras de seres desequilibrados, calenturientos, fanáticos,
extravagantes…, neurasténicos de
ayer, que por parte de los neurasténicos
de hoy merecen, no admiración fervorosa o respeto profundo, sino la conmiseración,
la lástima, y a veces el desprecio y la burla… Singular contraste: la
neurastenia del siglo presente empuja al olvido de los deberes más sacrosantos,
rompe las cadenas de amor entre padre e hijo, mujer y esposo, autoridad y súbdito,
la criatura y Dios…, ¿cómo esa misma neurastenia en aquellas épocas gloriosas
forjaban los grandes atletas del deber, llamáranse monjes, magistrados, capitanes o reyes? No, no llaméis
neurastenia a lo que tiene el nombre más sublime: la santidad.
¡Oh Santos que ilustrasteis el mundo con la
sublime locura de vuestras penitencias, de vuestros sacrificios, de vuestras
virtudes, con qué pena contemplaréis esta demencia de la moderna edad, ególatra,
viciosa, podrida, que ni siquiera es capaz de comprender vuestra virtud!...
¡Ilusión!... ¡Fanatismo!... ¡Vosotros en la
ilusión, porque os abrazabais con la realidad de la Cruz que nunca muere!...
¡Vosotros en lo fanático, porque aguzabais por Dios vuestras mortificaciones y
aquilatabais por el prójimo vuestra caridad!
¿Y nosotros?... ¿No es ilusión la hermosura que
se marchita, la riqueza que se pierde, el placer que se esfuma, la vida que se
escapa, todo esto que constituye nuestro encanto? Y nuestros afectos, nuestros
desvelos, nuestras preocupaciones, ¿se hallan indemnes de ese fanatismo que
tanto fustigamos? ¿No es fanático muchas veces el amor a nuestras opiniones, a
nuestros placeres, a nuestros amigos?... ¿No obsesiona a muchos un idolillo
cualquiera de carne y hueso, hasta el punto de hacerles cometer las mayores
atrocidades y bajezas?...
Los Santos ilusos y fanáticos, como los llama
el mundo, jamás hicieron estas locuras inconcebibles, producto del fanatismo y
la ilusión de nuestra época.
¡Bendita ilusión, y bendito fanatismo el de los
Santos, que les llevaba no a descender por entre capas de fango, sino a
elevarse a través de las nubes del cielo, hasta llegar a ver el trono de la
excelsa Divinidad!...
¡Bendita la locura de San Pedro Regalado, pues
que por ella hoy refulge con luz propia e inextinguible entre los más
prestigiosos santos que decoran el firmamento católico español!...
Fue San Pedro Regalado, un prodigio de virtud y
penitencia: no busquéis en él la llama del genio creador, el gran talento de un
filósofo o teólogo profundo, no; a San Pedro Regalado hay que admirarlo como
penitente y hombre de sublime caridad.
Y ya esto es mucho para que deba ser elogiado
por las almas que se apartan de la vulgaridad, por las almas que a través del légamo
del siglo tienen instinto suficiente para sorprender dónde se hallan rasgos
efectivos de belleza…
Asombra la vida penitente de nuestro Santo.
Como Pedro de Alcántara, Simeón Stylita o Pablo de la Cruz, Pedro Regalado
pertenece a los escogidos de la mortificación voluntaria.
(CONTINUARÁ… Pag 245)
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