SAN BRAULIO
San Braulio, Arzobispo de Zaragoza, personifica en su admirable vida cuanto 
de sublime encierra la misión augusta de esa clase escogida por el cielo para 
llevar a cabo los altos designios de la Providencia con respecto a la humanidad.
El catolicismo, como sociedad debía tener una jerarquía, una autoridad, una 
influencia libre de las trabas del poder humano. Y esta fue la jerarquía 
instituida por los Apóstoles y continuada en sus sucesores los Obispos.
El Episcopado fue el único poder constituido que conservó en todos los 
tiempos la energía suficiente para obrar el bienestar de las sociedades.
En vano -como dice un ilustre escritor- se hubiera pretendido contener con la 
fuerza el desbordamiento de los bárbaros que, derramándose por Europa, lo 
demolían todo con sus armas. En vano se hubiera querido civilizarlos con una 
literatura que no estaban en la situación* de comprender.
Sin las doctrinas de la Religión católica, sin la fuerza moral del 
sacerdocio, sin el empeño tenaz, decidido, constante de los Obispos, aquellas 
hordas feroces hubieran continuado por el mundo su obra de destrucción y muerte. 
Pero los Prelados, con la santidad de su carácter, con dulces y persuasivas 
palabras, con insinuantes exhortaciones, poco a poco iban ganando el corazón de 
aquellas salvajes turbas, convirtiendo su ferocidad en mansedumbre, su odio en 
amor.
Así es como el principio católico, puesto en acción por los ministros de la 
Iglesia, iba facilitando la marcha de la civilización, y así es como fueron 
destruidos los grandes obstáculos que dificultaban el progreso verdadero.
Un elemento funestísimo importado a nuestra Patria** por aquellos pueblos 
conquistadores, fue la  herejía arriana que emponzoñó en breve la vida de la 
península; pero desarraigada al fin, y tornando a brillar en nuestro cielo el 
sol de la verdadera fe, la nacionalidad española se refugió entonces a la sombra 
del sacerdocio, y éste, respondiendo noble al llamamiento de la Patria y a la 
gran influencia que ejercía en los destinos de la sociedad, se consagró 
enteramente a fomentar todo lo bueno, a extirpar el germen de todo lo malo y a 
secundar toda obra encaminada a la prosperidad de la nación.
San Braulio fue uno de estos hombres providenciales puesto por Dios entre las 
turbulencias de su siglo, para encauzar y dirigir acertadamente un pueblo. 
San Pablo dice, que el deber más serio del obispado es la enseñanza de la 
buena doctrina. Al obispado incumbe velar por mantener puro e intacto contra los 
errores este depósito sagrado. A él atañe cuidar la semilla evangélica; a él 
pertenece exhortar al sabio, instruir al ignorante, amonestar al impío, 
convencer al incrédulo, buscar al que huye, sostener al que vacila, levantar al 
que cae, alentar la debilidad de sus ovejas, curar sus dolencias, proveer sus 
necesidades, trabajar, en fin, por su felicidad.
San Braulio, tan luego como se halló investido de la dignidad arzobispal, 
hizo florecer en su pueblo la verdad católica y con ella las buenas costumbres, 
dedicándose a cultivar con su doctrina aquel terreno que le confiara la Divina 
Providencia. Él arrancó las malas hierbas de la herejía, que aun asomaban como 
residuos funestos de la dominación del arrianismo, y sofocó el germen de 
groseras pasiones, consecuencias inevitables de aquella época infausta en que 
nuestra Patria había sido víctima infeliz de tantos pueblos como en ella 
pusieron su planta inoculándola sus errores y sus vicios.
Con la maestría de un guerrero avezado al combate, usa del arma poderosa de 
su elocuente palabra, convenciendo al que se obstina en sostener principios 
erróneos; esclareciendo la inteligencia del que divaga en la tenebrosa noche de 
la duda; haciendo frente a los argumentos sofísticos que le presenta el 
adversario.
La Teología, la Patrística, la Historia, la Metafísica, la Filosofía, todo es 
familiar a Braulio, y de todo se vale para defender los dogmas sagrados de la 
religión. Y así -como elocuentemente exclama uno de sus muchos ilustres 
panegiristas-, los más altivos cedros del error caen por tierra al eco atronador 
de su voz poderosa; las rocas más firmes de la antigua secta se despedazan al 
impulso irresistible de su sabiduría; los más soberbios gigantes del arrianismo 
se miran ignominiosamente vencidos con el propio acero con que ellos 
pretendieran burlarse de este intrépido defensor del nuevo Israel: y sus vanos 
sofismas y sus capciosos argumentos, y sus ingeniosas sutilezas desaparecen ante 
la profunda erudición de Braulio, al modo que las hojas secas de los árboles son 
arrolladas por el soplo del viento en tiempo de otoño.
Y no se contentó con fecundizar nuestra sociedad con los puros 
manantiales
 (CONTINUARÁ...)
NOTAS:
* En el original: "en el caso de comprender"
** España