lunes, 26 de marzo de 2012

SAN BRAULIO


SAN BRAULIO

San Braulio, Arzobispo de Zaragoza, personifica en su admirable vida cuanto de sublime encierra la misión augusta de esa clase escogida por el cielo para llevar a cabo los altos designios de la Providencia con respecto a la humanidad.
El catolicismo, como sociedad debía tener una jerarquía, una autoridad, una influencia libre de las trabas del poder humano. Y esta fue la jerarquía instituida por los Apóstoles y continuada en sus sucesores los Obispos.
El Episcopado fue el único poder constituido que conservó en todos los tiempos la energía suficiente para obrar el bienestar de las sociedades.
En vano -como dice un ilustre escritor- se hubiera pretendido contener con la fuerza el desbordamiento de los bárbaros que, derramándose por Europa, lo demolían todo con sus armas. En vano se hubiera querido civilizarlos con una literatura que no estaban en la situación* de comprender.
Sin las doctrinas de la Religión católica, sin la fuerza moral del sacerdocio, sin el empeño tenaz, decidido, constante de los Obispos, aquellas hordas feroces hubieran continuado por el mundo su obra de destrucción y muerte. Pero los Prelados, con la santidad de su carácter, con dulces y persuasivas palabras, con insinuantes exhortaciones, poco a poco iban ganando el corazón de aquellas salvajes turbas, convirtiendo su ferocidad en mansedumbre, su odio en amor.
Así es como el principio católico, puesto en acción por los ministros de la Iglesia, iba facilitando la marcha de la civilización, y así es como fueron destruidos los grandes obstáculos que dificultaban el progreso verdadero.
Un elemento funestísimo importado a nuestra Patria** por aquellos pueblos conquistadores, fue la  herejía arriana que emponzoñó en breve la vida de la península; pero desarraigada al fin, y tornando a brillar en nuestro cielo el sol de la verdadera fe, la nacionalidad española se refugió entonces a la sombra del sacerdocio, y éste, respondiendo noble al llamamiento de la Patria y a la gran influencia que ejercía en los destinos de la sociedad, se consagró enteramente a fomentar todo lo bueno, a extirpar el germen de todo lo malo y a secundar toda obra encaminada a la prosperidad de la nación.
San Braulio fue uno de estos hombres providenciales puesto por Dios entre las turbulencias de su siglo, para encauzar y dirigir acertadamente un pueblo. 
San Pablo dice, que el deber más serio del obispado es la enseñanza de la buena doctrina. Al obispado incumbe velar por mantener puro e intacto contra los errores este depósito sagrado. A él atañe cuidar la semilla evangélica; a él pertenece exhortar al sabio, instruir al ignorante, amonestar al impío, convencer al incrédulo, buscar al que huye, sostener al que vacila, levantar al que cae, alentar la debilidad de sus ovejas, curar sus dolencias, proveer sus necesidades, trabajar, en fin, por su felicidad.
San Braulio, tan luego como se halló investido de la dignidad arzobispal, hizo florecer en su pueblo la verdad católica y con ella las buenas costumbres, dedicándose a cultivar con su doctrina aquel terreno que le confiara la Divina Providencia. Él arrancó las malas hierbas de la herejía, que aun asomaban como residuos funestos de la dominación del arrianismo, y sofocó el germen de groseras pasiones, consecuencias inevitables de aquella época infausta en que nuestra Patria había sido víctima infeliz de tantos pueblos como en ella pusieron su planta inoculándola sus errores y sus vicios.
Con la maestría de un guerrero avezado al combate, usa del arma poderosa de su elocuente palabra, convenciendo al que se obstina en sostener principios erróneos; esclareciendo la inteligencia del que divaga en la tenebrosa noche de la duda; haciendo frente a los argumentos sofísticos que le presenta el adversario.
La Teología, la Patrística, la Historia, la Metafísica, la Filosofía, todo es familiar a Braulio, y de todo se vale para defender los dogmas sagrados de la religión. Y así -como elocuentemente exclama uno de sus muchos ilustres panegiristas-, los más altivos cedros del error caen por tierra al eco atronador de su voz poderosa; las rocas más firmes de la antigua secta se despedazan al impulso irresistible de su sabiduría; los más soberbios gigantes del arrianismo se miran ignominiosamente vencidos con el propio acero con que ellos pretendieran burlarse de este intrépido defensor del nuevo Israel: y sus vanos sofismas y sus capciosos argumentos, y sus ingeniosas sutilezas desaparecen ante la profunda erudición de Braulio, al modo que las hojas secas de los árboles son arrolladas por el soplo del viento en tiempo de otoño.
Y no se contentó con fecundizar nuestra sociedad con los puros manantiales
 (CONTINUARÁ...)

NOTAS:
* En el original: "en el caso de comprender"
** España