¡Santa Rita de Casia!... He aquí una Santa que
puede mostrarse a los fieles como admirable modelo de virtud en el siglo y en
el claustro.
Rita de Casia sólo se propuso observar
escrupulosamente su deber, en los diversos estados donde plugo a Dios colocarla
para que sirviera de ejemplo a la humanidad.
Rita de Casia atestigua con su conducta,
siempre inspirada en los más rectos principios de la moral cristiana y del
temor a Dios, que el alma, cuando se lo propone, puede resplandecer en santidad,
lo mismo aceptando las cargas y responsabilidades del matrimonio, de los hijos,
del hogar, como los rigores y abstinencias de la vida religiosa.
Santa Rita de Casia se nos presenta en todo
momento –doncella, casada, viuda o religiosa-, como la mujer digna que calca
todos sus propósitos en los santos preceptos de nuestra religión.
Su alma fue siempre un rosal florido que tuvo
el raro privilegio de exhalar en todo tiempo suavísimo perfume.
Vedla cuando niña: los juegos, las diversiones,
los entretenimientos en que pasan sus inocentes horas las otras compañeras de
su edad, a ella no le satisfacen, y busca en la soledad y en la oración aquel
santo regocijo espiritual del que sólo gustan las almas exquisitas que escogió
Dios para ocupar los más altos sitiales de su gloria. Vedla atravesar los
jardines que circundan Rocca-Parena, la poética aldea de una ciudad de Casia
que se oculta, como una blanca paloma, en el boscaje de la Umbría, y marchar a
los lugares agrestes y solitarios para construir con ramas de árboles, floridos
tabernáculos y hornacinas rústicas en donde coloca la tosca imagen de alguna
virgen modelada en barro, o la estampa de algún santo milagroso, objeto de sus
particulares devociones.
La virtud de la niña Margarita –el nombre de
Rita es una contracción hecha por el vulgo del nombre primitivo que le
impusieron sus padres-, crece con los años, y cuando llega la santa a su
juventud, ya el corazón es delicioso vergel donde florecen las más raras
perfecciones.
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