viernes, 25 de mayo de 2012

SAN GREGORIO VII, PAPA



Los enemigos de la Iglesia han dirigido en todos los tiempos furibundos ataques contra los augustos representantes del Poder de Cristo en la tierra.
Del seno de las logias se han destacado hombres impíos que, enristrando sus envenenadas plumas, han trazado páginas innobles donde se fustigan despiadadamente gloriosas figuras del Pontificado católico.
Uno de los Papas a quien esa crítica sectaria ha fustigado con mayor encarnizamiento, es San Gregorio VII.
¿Por qué? Porque San Gregorio es el brazo viril, robusto, fuerte, que desbarató los indignos manejos de reyes y príncipes, los cuales, haciendo escarnio de los sagrados derechos de la Iglesia, disponían caprichosamente de sus prebendas y beneficios, traficando de una manera descarada con los más altos puestos eclesiásticos, que otorgaban al mejor postor o a individuos de su propia familia, sin preocuparse de sus condiciones morales e intelectuales. San Gregorio se aprestó valerosamente a corregir este abuso incalificable, por el cual quedaba el poder de la Iglesia relajado, constreñido, pisoteado por el poder civil.
He aquí por qué los sistemáticos detractores de nuestros inviolables derechos, aquellos que quisieran ver truncada en todo y para siempre la autoridad papal, arrecian en sus dicterios contra San Gregorio VII, tachándolo de soberbio, intransigente y egoísta.
Nada más lejos de la verdad, nada más injusto y cruel. Para apreciar en toda su grandeza la obra realizada por este Papa glorioso, es preciso retrotraernos al siglo X, echar una ojeada sobre el estado en que se encontraban la Iglesia y la sociedad en aquella época, una de las más lamentables por que ha atravesado Europa, cuya ruina hubiera sido inevitable a no suscitar Dios varones de sólido juicio y austeras costumbres que supieron, con su sabia dirección, imprimir nuevo impulso a las naciones decrépitas, atajando la ambición y la tiranía, dejando a salvo sagrados principios y augustos derechos, y marcando a monarcas insaciables una línea divisoria entre sus tronos y el altar.
Sí: lo que principalmente favoreció el rebajamiento moral, intelectual y social fueron las intrusiones abusivas, desastrosas, tiránicas, del poder civil y laico en los derechos de la Iglesia. Se llegó hasta el punto, como ya hemos dicho, de que los príncipes nombrasen e instituyesen por sí mismos a los abades de los monasterios y a los obispos, sin cuidarse de la autoridad pontificia ni de las leyes eclesiásticas. Cortesano, oficiales, soldados, niños, y a veces compañeros de placer y desenfreno, eran investidos con tan altas dignidades.
Tales abusos solamente podía refrenarlos el supremo Jerarca de la Iglesia; pero esta elevadísima autoridad, hallábase cohibida y paralizada por el poder civil, oprimida indignamente, primero, por los señores italianos; después, por varios emperadores de Alemania.
Pero Dios suscitó un hombre de arrestos y energías suficientes, que iniciase un movimiento contra la ola invasora de aquel desbordado río, volviéndolo a su cauce, al lugar donde sus aguas tan sólo debían ir.

(CONTINUARÁ… pag. 448)