Los enemigos de la Iglesia han dirigido
en todos los tiempos furibundos ataques contra los augustos representantes del
Poder de Cristo en la tierra.
Del seno de las logias se han destacado
hombres impíos que, enristrando sus envenenadas plumas, han trazado páginas
innobles donde se fustigan despiadadamente gloriosas figuras del Pontificado
católico.
Uno de los Papas a quien esa crítica
sectaria ha fustigado con mayor encarnizamiento, es San Gregorio VII.
¿Por qué? Porque San Gregorio es el brazo
viril, robusto, fuerte, que desbarató los indignos manejos de reyes y príncipes,
los cuales, haciendo escarnio de los sagrados derechos de la Iglesia, disponían
caprichosamente de sus prebendas y beneficios, traficando de una manera descarada
con los más altos puestos eclesiásticos, que otorgaban al mejor postor o a
individuos de su propia familia, sin preocuparse de sus condiciones morales e
intelectuales. San Gregorio se aprestó valerosamente a corregir este abuso
incalificable, por el cual quedaba el poder de la Iglesia relajado,
constreñido, pisoteado por el poder civil.
He aquí por qué los sistemáticos
detractores de nuestros inviolables derechos, aquellos que quisieran ver
truncada en todo y para siempre la autoridad papal, arrecian en sus dicterios
contra San Gregorio VII, tachándolo de soberbio, intransigente y egoísta.
Nada más lejos de la verdad, nada más
injusto y cruel. Para apreciar en toda su grandeza la obra realizada por este
Papa glorioso, es preciso retrotraernos al siglo X, echar una ojeada sobre el
estado en que se encontraban la Iglesia y la sociedad en aquella época, una de
las más lamentables por que ha atravesado Europa, cuya ruina hubiera sido
inevitable a no suscitar Dios varones de sólido juicio y austeras costumbres
que supieron, con su sabia dirección, imprimir nuevo impulso a las naciones
decrépitas, atajando la ambición y la tiranía, dejando a salvo sagrados
principios y augustos derechos, y marcando a monarcas insaciables una línea
divisoria entre sus tronos y el altar.
Sí: lo que principalmente favoreció el
rebajamiento moral, intelectual y social fueron las intrusiones abusivas,
desastrosas, tiránicas, del poder civil y laico en los derechos de la Iglesia.
Se llegó hasta el punto, como ya hemos dicho, de que los príncipes nombrasen e
instituyesen por sí mismos a los abades de los monasterios y a los obispos, sin
cuidarse de la autoridad pontificia ni de las leyes eclesiásticas. Cortesano,
oficiales, soldados, niños, y a veces compañeros de placer y desenfreno, eran
investidos con tan altas dignidades.
Tales abusos solamente podía refrenarlos
el supremo Jerarca de la Iglesia; pero esta elevadísima autoridad, hallábase
cohibida y paralizada por el poder civil, oprimida indignamente, primero, por
los señores italianos; después, por varios emperadores de Alemania.
Pero Dios suscitó un hombre de arrestos y
energías suficientes, que iniciase un movimiento contra la ola invasora de aquel
desbordado río, volviéndolo a su cauce, al lugar donde sus aguas tan sólo debían
ir.
(CONTINUARÁ… pag. 448)