viernes, 18 de mayo de 2012

SAN FÉLIX DE CANTALICIO




Pedro Trigocio, famoso teólogo capuchino, comentador de San Buenaventura, refiriéndose a San Félix de Cantalicio, exclama: “¿Qué hacemos nosotros con todos nuestros libros? Hagámonos ignorantes, ya que un religioso sencillo e indocto, es de Dios y de los hombres honrado”.
Estas palabras parecen compendiar en sí toda la vida del gran Santo, cuya festividad conmemoramos hoy.
Félix de Cantalicio, el capuchino ilustre, no sabía nada y lo sabía todo: nulo para las ciencias humanas; inteligente, despierto, vivo, para la ciencia del espíritu, para el problema final que descifra todas las incógnitas.
No sabía hablar, conmoviendo, levantando el alma de las muchedumbres, a manera de Crisóstomo; no sabía desentrañar el fondo de las cuestiones arduas, con aquella admirable clarividencia de un San Agustín o un Santo tomás; ni aun escribir, ni aun leer…
Toda su niñez, toda su juventud, hasta los treinta años, vivió en el campo, falto de instrucción, de educación, dedicado no más que al cultivo de la labranza y a la vigilancia del ganado. Cantalicio, aldehuela humilde escondida al pie de los montes Apeninos como una blanca paloma durmiendo en la abertura de rocosa oquedad, fue su cuna. Y allí, entre labriegos rústicos y pastores ignorantes, se deslizó la mitad de su vida. ¡Ah!... Pero Félix de Cantalicio, a pesar de carecer de toda instrucción, de no escribir, de no leer… ¡fue sabio, porque poseyó, porque dominó la ciencia de la virtud!...
¡La ciencia de la virtud!... Sin ella –lo dijimos otras veces, y por mucho que se repita nunca está de más-, nada hubieran alcanzado, no obstante sus grandes conocimientos, los genios famosos de los santos que acabamos de nombrar. ¿De qué hubieran servido la elocuencia del Crisóstomo, y la elegancia de San Agustín, y la profundidad del doctor aquinatense, si no hubieran dominado la virtud?... ¿Qué importan las ventajas, los beneficios materiales que reporten a la sociedad esta o aquella civilización, si se abandonan las prácticas del bien, sin el cual jamás podrá el espíritu del hombre ascender a la cima sagrada donde, sobre solidísimos cimientos, asiéntase el alcázar glorioso de la verdadera felicidad?...
Bendecimos, sí, los adelantos de la Civilización, los avances de la Cultura, del Progreso, siempre que a esa cultura y a ese progreso, vayan íntimamente ligados el Bien y la Virtud, la esperanza en Dios y el amor a los hombres. Pero cuando consideramos que por seguir lo que muchas veces son espejuelos de civilización, nos olvidamos de lo que únicamente es verdadero, positivo, práctico, de ese Dios, fuente de todas las dichas, y de esa virtud, camino para llegar a poseerlas, la amargura se apodera de nuestro corazón.
¡Cuántos sabios, por adquirir todas las ciencias, se olvidan de adquirir la más importante de ellas, la de la virtud, que es también la ciencia de la eterna salvación!...
¡Y cuántos que son rudos e ignorantes, sin saber leer, como San Félix de Cantalicio, serán más sabios que muchos genios consagrados por el mundo, pues lograron, en medio de su rusticidad y simpleza, lo que éstos, con toda su sabiduría, no supieron alcanzar!
¿Qué representan los conocimientos todos de la tierra, ante la ciencia superior del Cielo? ¡Saberlo todo, aun lo menos necesario, e ignorar, sin embargo, lo imprescindible para nuestra dicha y contento!...
Es preferible desconocerlo todo, y saber sólo una cosa: ¡practicar la virtud, que nos remonta a Dios!...
¡Ah! ¿Quién será en rigor de verdad sabio o necio ante Dios?...

(CONTINUARÁ… Pag 338)