domingo, 13 de mayo de 2012

SAN PEDRO REGALADO






En medio del positivismo de la edad presente; en medio de estas luchas sórdidas de intereses mezquinos que a todos nos consumen; a través de estos sentimientos egoístas, de este batallar constante que unos contra otros sostenemos para crearnos una posición holgada, que nos de, no solamente lo necesario, sino lo baladí y superfluo, es difícil admirar en toda su grandeza esas figuras colosales de santidad que descollaron en pasadas centurias; esos hombres abnegados, desprendidos, generosos, penitentes…, que todo lo sacrificaban por el bienestar del prójimo, y cuya única ambición consistía en atesorar virtudes para adquirir el reino de los cielos.
La prosa de la vida actual nos pone espesa venda en los ojos del alma, y a través de su cendal obscuro no acertamos a ver en toda su magnífica hermosura los méritos, por ejemplo, de un San Pedro de Alcántara o un San Francisco de Asís.
Influidos por este ambiente de frivolidad que destruye poco a poco las delicadezas del espíritu y vicia las puras corrientes, la sana poesía de las acciones generosas, se reputan hoy muchas empresas de santos y de héroes, como obras de seres desequilibrados, calenturientos, fanáticos, extravagantes…, neurasténicos de ayer, que por parte de los neurasténicos de hoy merecen, no admiración fervorosa o respeto profundo, sino la conmiseración, la lástima, y a veces el desprecio y la burla… Singular contraste: la neurastenia del siglo presente empuja al olvido de los deberes más sacrosantos, rompe las cadenas de amor entre padre e hijo, mujer y esposo, autoridad y súbdito, la criatura y Dios…, ¿cómo esa misma neurastenia en aquellas épocas gloriosas forjaban los grandes atletas del deber, llamáranse monjes, magistrados, capitanes o reyes? No, no llaméis neurastenia a lo que tiene el nombre más sublime: la santidad.
¡Oh Santos que ilustrasteis el mundo con la sublime locura de vuestras penitencias, de vuestros sacrificios, de vuestras virtudes, con qué pena contemplaréis esta demencia de la moderna edad, ególatra, viciosa, podrida, que ni siquiera es capaz de comprender vuestra virtud!...
¡Ilusión!... ¡Fanatismo!... ¡Vosotros en la ilusión, porque os abrazabais con la realidad de la Cruz que nunca muere!... ¡Vosotros en lo fanático, porque aguzabais por Dios vuestras mortificaciones y aquilatabais por el prójimo vuestra caridad!
¿Y nosotros?... ¿No es ilusión la hermosura que se marchita, la riqueza que se pierde, el placer que se esfuma, la vida que se escapa, todo esto que constituye nuestro encanto? Y nuestros afectos, nuestros desvelos, nuestras preocupaciones, ¿se hallan indemnes de ese fanatismo que tanto fustigamos? ¿No es fanático muchas veces el amor a nuestras opiniones, a nuestros placeres, a nuestros amigos?... ¿No obsesiona a muchos un idolillo cualquiera de carne y hueso, hasta el punto de hacerles cometer las mayores atrocidades y bajezas?...
Los Santos ilusos y fanáticos, como los llama el mundo, jamás hicieron estas locuras inconcebibles, producto del fanatismo y la ilusión de nuestra época.
¡Bendita ilusión, y bendito fanatismo el de los Santos, que les llevaba no a descender por entre capas de fango, sino a elevarse a través de las nubes del cielo, hasta llegar a ver el trono de la excelsa Divinidad!...
¡Bendita la locura de San Pedro Regalado, pues que por ella hoy refulge con luz propia e inextinguible entre los más prestigiosos santos que decoran el firmamento católico español!...

Fue San Pedro Regalado, un prodigio de virtud y penitencia: no busquéis en él la llama del genio creador, el gran talento de un filósofo o teólogo profundo, no; a San Pedro Regalado hay que admirarlo como penitente y hombre de sublime caridad.
Y ya esto es mucho para que deba ser elogiado por las almas que se apartan de la vulgaridad, por las almas que a través del légamo del siglo tienen instinto suficiente para sorprender dónde se hallan rasgos efectivos de belleza…
Asombra la vida penitente de nuestro Santo. Como Pedro de Alcántara, Simeón Stylita o Pablo de la Cruz, Pedro Regalado pertenece a los escogidos de la mortificación voluntaria.

(CONTINUARÁ… Pag 245)