Así como por todos los sitios que vayamos de la
tierra vemos al sol, así en todas las páginas históricas de la Iglesia
resplandece el martirio.
No hay un día en el Santoral cristiano en que
deje de aparecer la figura de un mártir. La sangre del mártir enrojece todas
las hojas de ese libro, que por consignar en su mayor parte historias de
hombres abnegados que ofrendaron el licor de sus venas por defender la doctrina
de Cristo, ha tomado el característico nombre de Martirologio.
La Religión cristiana es la religión de los
cuerpos vencidos y almas triunfantes; ¡de los mártires!, que al caer exánimes
sobre la arena del circo o entre las ascuas de la candente hoguera, se
remontaban, con el vuelo magnífico de su espíritu inmortal, a las alturas de la
gloria, a recibir el premio que en pago de su costoso sacrificio les otorgaba
el Criador.
Sí; la Religión cristiana es la única que puede
ostentar la gloria de que cada hora de aquellos primeros siglos de opresión, de
tiranía y barbarie, se tiñera con la sangre generosa de hombres sublimes, que
por ella sufrían gustosos todos los tormentos imaginados por la crueldad pagana.
Y teniendo cada hora, por no decir cada
segundo, un mártir, historia de mártires tenemos forzosamente que traer a las páginas
de nuestro libro, si queremos ser justos, rindiendo el debido homenaje que
merecen estos héroes insignes de la Iglesia.
Hoy nos toca hacer la apología de los ilustres
Donaciano y Rogaciano, mártires de Nantes. Quizá su historia no discrepe mucho
de la historia de otros campeones de Cristo, que en las páginas de este mismo
libro hemos ya registrado; quizá los pormenores de ella ofrecerán grandes
puntos de contacto con otras biografías de mártires ilustres.
Donaciano y Rogaciano fueron gentiles, se
convirtieron, los denunciaron y murieron por la fe: la historia de muchos
santos en aquellos siglos de bárbara persecución. ¡Pero qué!, ¿por ser la misma
no merece referirse? Uno mismo es el sol, y, sin embargo, nos es muy grato
recibir uno y otro día su luz bienhechora.
Descendían estos dos santos de una de las
familias más ilustres de Nantes. Educados en el gentilismo participaban de sus
aficiones groseras, gustando sobremanera de asistir a las luchas y espectáculos
sangrientos del anfiteatro.
(CONTINUARÁ… pag 437)