sábado, 12 de mayo de 2012

SANTO DOMINGO DE LA CALZADA






En uno u otro sentido, todos los santos han prestado incalculables beneficios a la humanidad.
Aquellos que fustigan el quietismo –aparente-, de los monjes reclusos en sus celdas, dedicados a la vida contemplativa, diciendo que muy poco habrá de agradecerles la sociedad, están en un error.
Es claro que cuantos rechazan la eficacia de la oración, no reconocerán ningún mérito en quienes pasan la mayor parte de su vida rogando por los pecados del mundo, y, por consiguiente esta acción, a todas luces meritoria, no levantará en el corazón de los que así piensan ningún motivo de agradecimiento. No debiera ser así; pues aunque nosotros veamos la esterilidad del favor que nos dispensa un amigo, basta que reconozcamos el interés generoso de ese favor, la recta intención que hacia nosotros le guía, para agradecérselo y corresponder, en cuanto nos sea posible, a sus caritativos desvelos.
Mas aun suponiendo que la oración, el ruego ferviente hecho a Dios en nuestro obsequio por hombres religiosos, de virtud acrisolada no proporcione al mundo ningún beneficio, lo cual es un error crasísimo, ¿quién puede afirmar que la sociedad haya dejado de percibir bienes y favores por parte de esas rígidas comunidades que, a los ojos de algunos, parecen reconcentrar toda su atención en el interior del claustro.
Diversas ocasiones hubo en que se extendió su acción más allá de los muros de sus monasterios. Leed las crónicas de todas las órdenes religiosas, y sino queréis estos testimonios por pareceros dudosos y parciales, acudid a la historia de todos los pueblos, y en sus páginas encontraréis rasgos sublimes de caridad, acciones beneficiosas, gestos, como ahora se dice, de nobleza e hidalguía, y calamidades públicas, por aquellos que a muchos se les antojan esclavos no más de la perfección de su espíritu, sin atender a las dolorosas crisis de la humanidad desventurada.
Las puertas de los monasterios, por austeros y rígidos que fuesen, no se cerraron a piedra y todo cuando el dolor ajeno llamó por de fuera en ellas con recios golpes. Salieron los monjes a consolar infortunios y remediar desgracias. Si una epidemia, si una peste inficionó a los ámbitos de la tierra donde el monasterio se alzaba, ellos volaron alrededor de los moribundos; si una guerra asoló el país, sembrando el suelo de muertos y heridos, ellos enterraron piadosamente a los primeros y cobijaron en su misma morada a los segundos, prestándoles toda clase de solícitos cuidados. ¡Cuántas veces el refectorio, las salas capitulares, y aun la misma iglesia, convirtiéronse en hospital de sangre!... ¡Cuántas veces, Comunidades generosas, para remediar el hambre de todo un pueblo, no tuvieron reparo en vender sus ricos ornamentos y cálices preciosos, aumentando así con su producto el fondo abierto por laicas corporaciones!... ¡Cuántas veces, no revoló el hábito de uno de esos humildes frailes contemplativos, frente a las muchedumbres, alentándolas para alcanzar victoria sobre los enemigos de la integridad de nuestra patria!...
En los momentos difíciles, el verdadero santo, sea del claustro o sea del siglo, pertenezca a las milicias de Bruno, el austero, o se halle al frente de un hogar basado en fundamentos de puros y legítimos amores, acude y coadyuva con todos los hombres buenos al socorro de aquello que demanda pronto auxilio.
Sí; todos los santos han prestado, bajo una u otra forma, grandes beneficios a la humanidad.
Aquellos con su inteligencia, estos con su corazón, y todos con sus consejos, con sus virtudes, con su caridad.
Santo domingo de la Calzada lo prestó como hombre de ciencia, como hombre de sentimientos, como varón de ejemplarísima conducta y caridad ardiente.
En un artículo periodístico, el notable publicista don Joaquín Olmedilla y Puig, refiriéndose a Santo Domingo de la Calzada, escribe las siguientes frases:
“Cuando volvemos los ojos a los lejanos horizontes de la historia española del siglo XI, no podemos menos de ver en los arreboles de poesía de que está henchido aquel memorable período del pasado de nuestra patria, la figura de un sabio que pudo enlazar las virtudes y abnegación del héroe con los deslumbradores destellos de la poderosa iniciativa del genio.
“Tales consideraciones sugiere el recuerdo de una fecha con que la Iglesia celebra el 12 de Mayo el aniversario de la muerte de uno de los varones egregios que ha colocado en sus altares, de igual modo que la Ciencia puede también conmemorar el final de uno de los personajes que han rayado a gran altura en varias de sus difíciles manifestaciones; con la particularidad de que sus obras han sido el producto de natural ingenio y propia inspiración, y no el resultado del estudio en los libros, llevando envuelta esa aureola de originalidad y de mérito que surgen del superior talento, al modo que la flor de perfumado aroma crecida en el bosque sin los cuidados y esmero cultivador”

(CONTINUARÁ… Pag 226)