jueves, 29 de marzo de 2012

SAN BERTOLDO DE MALAFAIDA


SAN BERTOLDO DE MALAFAIDA, PRIMER PRIOR GENERAL DE LA ORDEN DEL CARMEN

Pedro, el ermitaño, había lanzado su vibrante voz invitando a los pueblos cristianos a ir en socorro de aquellos fieles que en Oriente gemían bajo el poder musulmán. Envuelta su figura en tosco hábito, cuya capucha encuadraba su rostro, dándole apariencias de vieja estatua de hornacina, recorría ciudades y aldeas comunicando todo el entusiasmo de su cálido verbo a las muchedumbres, que le seguían atónitas. Y formóse la primera Cruzada. Se inauguró aquella serie de caballerescas y religiosas hazañas, que más tarde habrían de ser cantadas por la incomparable lira del Tasso.
Nobles y plebeyos, religiosos y seglares, formando un haz maravilloso, atravesaron el suelo de Europa impulsados por el más generoso sentimiento y por la más pura y legítima ambición: prestar auxilio a sus hermanos en Cristo y rescatar para el mundo cristiano aquel santo sepulcro donde había reposado, después del tremendo sacrificio, el adorable cuerpo del divino Redentor.
Esta primera cruzada despertó la atención, algo adormida, del pueblo europeo hacia aquella región de Paletina santificada por los trabajos y sufrimientos de jesús. Y a impulsos de la fe, prodújose entonces un magnífico movimiento que precipitaba las muchedumbres a Oriente. Bertoldo Malafaida o de Malafai (1), sacerdote originario del Limonsín, fue uno de los que secudnaron primeramente tan hermosa iniciación y en compañía de su hermano Aimerico, Bertoldo partió para Jerusalén.
¿Quién podrá reseñar una por una todas las bellezas que atesora el Monte Carmelo? ¿Quién referir todo el encanto y sencillez de la vida eremítica de los primeros penitentes que lo habitaron...? ¿de aquellos discípulos del gran Elías, que iniciaron con sus huellas la divina senda que habrían de recorrer más tarde los futuros religiosos de la ilustre Orden carmelitana?...
En la época a que nos referimos, en aquellos días de la primer Cruzada, la persecución musulmana, siempre creciente, había disminuido en gran manera el número de los hijos del gran profeta. Pero la gloriosa expedición iniciada por Pedro, con su gran núcleo de peregrinos latinos, iba a ser causa de que la vida eremítica adquiriese vigor nuevo en Oriente; de que en el Monte Carmelo se reanudara con mayores bríos aquel vivir austero que hicieron célebre los discípulos del profeta que arrebató Dios en la resplandeciente tromba de un ígneo torbellino...
Y el glorioso restaurador sería San Bertoldo de Malafaida.
Llegado San Bertoldo a Oriente, uno de sus primeros cuidados fue visitar el Monte Carmelo. Y tal fue la complacencia experimentada por el ilustre Bertoldo en aquella santa excursión, que, lleno de íntimo e inexplicable gozo, determinó morar para siempre en las poéticas faldas de aquel monte sagrado, donde aun parecía escucharse, en el rumor de sus brisas, algo así como una prolongación de los cánticos últimos de Elías y Eliseo...
Bertoldo, pues, abrazó la vida eremítica de los solitarios del Carmen.
(CONTINUARÁ: página 562)

(1) Aunque sin fundamento alguno, es llamado también Bertoldo de Calabria en algunas Crónicas del Carmelo.

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