La Virgen del Buen Consejo!... La celestial
Señora, Madre de dios, alienta con las múltiples advocaciones que le da la
Iglesia, el desmayado corazón de sus atribulados hijos. Ella, María, es la
Virgen del Perpetuo Socorro, del Amor Hermoso de los afligidos, de los
Desamparados, de la Esperanza, del Consuelo, de la piedad… Ella es la acogedora
constante de la Esperanza, del Consuelo, de la piedad… Ella es la acogedora
constante de nuestros suspiros, de nuestras lágrimas, de nuestros infortunios.
Ella es la perdonadora de nuestras culpas, la intercesora con el Poder divino
para que nos infunda la gracia del arrepentimiento…
¡María!... ¡Cuánta belleza encierra cada una de
las advocaciones con que la designa el vulgo piadoso!... ¡Y como ella sabe
corresponder a la confianza que esos amorosos títulos despiertan en el corazón
de sus devotos!...
Hoy se la celebra con el de “Nuestra Señora del
Buen Consejo”, y a fe, que el verdadero creyente que en las circunstancias
indecisas, difíciles, embarazosas de su vida, se prosterne ante la celestial
Emperatriz demandándola protección y ayuda, sacará fortalecida el alma,
contando con nuevos bríos y luces para proseguir el fatigoso y obscuro sendero
de su existencia.
Entre las advocaciones de María no podía faltar
esta del Buen Consejo. Y se
comprende: el hombre, por sabio y experimentado que sea, no puede pasar todo el
tiempo de su vida sin un amigo, sin un guía, sin un consejero. Todos necesitamos
del consejo, de la advertencia leal, sincera, cariñosa. Lo difícil es encontrar
la persona que sepa darlo, porque los consejos han de brotar de los corazones
verdaderamente amigos, de aquellos que con desinterés se interesen por
nosotros. Y los grandes amigos son muy escasos. Acordémonos de lo que en tal
sentir nos dice la Escritura.
Por eso nadie puede aconsejarnos mejor que una
madre; la madre, para el hijo, es el corazón que nunca muere: la felicidad del
hijo la obsesiona: todas sus advertencias irán encaminadas a procurar el bien a
ese pedazo desprendido de su alma. Ya se comprenderá que hablamos de la madre
en su riguroso sentido, no de la que siéndolo, escarnece con su conducta y egoísmo
tan excelso nombre.
(CONTINUARÁ… P. 505)
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