No hay rincón sobre la tierra que no se haya teñido con la sangre de algún mártir. Desde Oriente a Occidente corrió el precioso caudal que atesoraban las venas de los grandes Santos… La Iglesia cristiana tiene sus fundamentos en el sacrificio, en el heroísmo, en la abnegación… Jesús vertió su sangre divina para lavar los pecados del mundo y darnos la vida de la gracia. Y sobre esa sangre del Redentor de los hombres, acumularon la suya los innumerables mártires que esmaltan, con sus nombres prestigiosos, las páginas de la historia cristiana.
¡Ah!, toda esa
brillante legión de mártires, que resistieron impávidos la acometida de fieros
enemigos; aquellos ancianos decrépitos, aquellas vírgenes valerosas, aquellos
niños de corazón varonil, todos los ilustres cristianos que no retrocedieron en
la hora suprema del peligro, y fueron radiantes de santo júbilo a inmolarse en
aras de la verdadera fe, pregonan elocuentemente la grandeza de esta religión
cristiana instituida por Dios.
Porque, ¿quién
sino Dios podía haber dado a aquellas almas la necesaria fortaleza para
confesar hasta el fin, sin temor a los tormentos y a la muerte, su sacratísimo
nombre? Dios llenaba sus mentes de radiosa claridad e infiltraba en sus
corazones las centellas de su amor. Y con esa luz y esa caridad divina, el mártir
soportaba, con celestial fruición, las torturas de sus crueles verdugos.
¡Ah!, iniciad
persecuciones, dirigid, tiranos emperadores, vuestra saña contra los valientes
confesores de la verdad: vuestro odio sólo servirá para hacer resaltar el gran
amor que profesaban a Cristo, para escribir en la historia las hecatombes
sublimes de Roma, Zaragoza, Alejandría, Persia y cien regiones más, donde los
fieles cristianos ganaron laureles de gloria inmarcesible.
Hemos nombrado a
Persia, la nación que, en el siglo IV, fue teatro de sangrientos martirios. Hoy
hace la Iglesia conmemoración de ellos, y nosotros no queremos pasar este día
sin dedicar algunas líneas a aquellos ínclitos campeones de nuestra fe.
¡Toda la astucia
y crueldad de Sapor II, se estrelló contra la indomable energía de quienes iban
revestidos con la fortaleza de Dios…! ¡Murieron, pero murieron con la sonrisa
en los labios, confesando a Cristo, alabando a Cristo…!
Desde fines del
siglo III, gloriábase Persia de poseer una cristiandad floreciente. Sin
embargo, Dios, que gusta de purificar el alma de sus elegidos con duras
pruebas, iba a permitir que un dictador impío suscitase violenta persecución
contra ellos. Los horrores del imperio romano, que por trescientos años se había
embriagado con la sangre de los mártires, iban a reproducirse en Persia, donde
Sapor, durante un reinado de setenta años, el más largo que registra la
historia, emularía las crueldades de los Nerones y Dioclecianos.
Los historiadores
Sozomeno, Eusebio y Teodoreto, hacen subir a diez y seis mil el número de víctimas;
y un autor persa asegura que la cifra de los mártires se elevó hasta doscientos
mil.
La persecución
presentó diversas fases. Empezó en el año 327, se mostró cruel y rigurosa hasta
el año 346, pero en realidad no terminó sino con la muerte del tirano, ocurrida
el año 380.
¿El móvil de esta
gran persecución? No fue otro sino el odio y el orgullo de Sapor; orgullo que
llegó hasta el extremo de que Sapor titulárase hermano del sol (dios de la
religión persa), primo de la luna y camarada de los demás astros.
Algunos
historiadores suponen también como origen de esta persecución una razón política:
el emperador Constantino, convertido recientemente a nuestra fe, había admitido
entre los oficiales de su ejército a un tal Hormisdas, hermano del padre de
Sapor. Hormisdas, que había abrazado el cristianismo, huyó a Roma a implorar
auxilio del primer emperador cristiano, y habiéndolo tomado a éste bajo su
protección, desbaratando así los planes sangrientos que respecto a él abrigaba
el emperador de Persia, excitó la cólera de Sapor, quien juró tomar venganza,
descargando su furia contra todos los cristianos de su imperio.
La persecución
arranca en virtud de un edicto promulgado el año 327, décimo-octavo del reinado
de Sapor.
Hubahán fue una
de las primeras ciudades víctimas del furor persa. Numerosos fieles son
encarcelados en lóbregas mazmorras, donde se les invita a renegar del nombre de
Cristo y a adorar al sol, si no quieren sufrir la muerte después de los grandes
tormentos que los sicarios del emperador ya les tienen preparados.
(CONTINUARÁ… Pag.
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Admiro la Fe de los mátires, y admiro a los que soportan burlas y persecuciones en la vida diaria, y, no son noticia.
ResponderEliminarPido la intercesión de los mártkires de Persia, para verme curado de la colitis y de otros males de salud.
Pido también su valentía en defensa de la Fe.