domingo, 20 de mayo de 2012

SAN BERNARDINO DE SENA


María, la excelsa Madre de Dios, ha sido siempre manantial fecundo de inspiraciones para aquellos hombres privilegiados que han sentido revolotear sobre su frente el aleteo inmortal de la belleza…
Los corazones puros, tiernos, sensibles, exquisitos, se han prendado de la Virgen María, lirio de purísima fragancia que eleva su corola celestial por entre todas las virtudes que como flores germinan en el seno de la Iglesia.
Inspirándose en la Virgen de Nazareth, trazó el pintor cuadros inmortales; compuso el músico inefables melodías; cantó el vate suavísimas endechas; revistió su acento de ternura y sus palabras de sublimidad el orador sagrado.
La Madre de Jesús…, desde que éramos niños, atrajo nuestras miradas con la dulcedumbre de sus ojos, con la bondad de sus sonrisas, con lo casto de su expresión.
El rayo de luna plateando las ondas de un lago azul, es infinitamente menos poético que la divina doncella de Nazareth. ¡María!... ¿Qué labios no habrán pronunciado este dulce nombre? ¿Quién no habrá sentido perfumado su corazón con el efluvio que se escapa de él?...

De entre todos los enamorados de María, ninguno quizá más servicial, más rendido, más amante que San Bernardino de Sena.
Como la hiedra al tronco, Bernardino de Sena se prendió al nombre inmaculado de María; como la inquieta mariposa es atraída por el brillo incesante de la luz, Bernardino de Sena corrió hacia el faro de ese nombre luminoso que disipa las tinieblas.
El nombre de María se asocia a los principales acontecimientos que integran la vida de este Santo: así, decía muchas veces: “Yo nací en la festividad del natalicio de Nuestra Señora -8 de septiembre de 1380-; después, en la misma festividad, nací a la vida religiosa, vestí el hábito franciscano, hice profesión de mis tres votos, dije la primera Misa y pronuncié el primer sermón; y espero que por los merecimientos de María, el Señor me llevará a su santa gloria”.
Siempre, desde niño, Bernardino mostró su singular predilección por la Santísima Virgen: en los albores de la juventud, cuando sus compañeros de estudio se mofaban de él porque jamás le habían visto cortejar ninguna hermosura femenina, él decíales con gran entusiasmo: “Pues sabed, amigos, que la dama de mis pensamientos es la mujer más bella que existe en el mundo”. Y al expresarse así, revestía sus palabras de indefinible ternura, y en sus ojos relampagueaba tan dulcísimo fulgor, que los amigos unos a otros se decían: “¿Quién podrá ser la que tan amorosamente ha herido el corazón de Bernardino?...”
Enterada de aquellas manifestaciones una prima suya, Tobía, religiosa, que por su piedad y santidad parecía tener cierto derecho a ejercer sobre Bernardino –huérfano de padre y madre-, solicitud y vigilancia especial, temiendo que las seducciones del mundo maleasen el corazón de Bernardino, le llamó un día, y exponiéndole su temor, le preguntó si era verdad lo que en Sena se decía de sus amores.
El doncel contestó: “Sí; el amor me tiene ya encadenado, y tengo seguridad de que moriré el día que no pueda ver a la que ama mi corazón”.
“- ¿Quién es?-, dijo Tobía.”
- ¡Es –respondió con fervoroso entusiasmo Bernardino-, la mujer más noble y más hermosa entre todas las doncellas del Sena!...”
Al escucharle, Tobía no pudo ya dudar de que el corazón de su primo se hallaba profundamente herido de amor. Resolvió averiguar quién era la que de tal modo había esclavizado el alma de Bernardino. Y un día, sin que él lo advirtiera, le siguió, cuando el Santo atravesaba las tortuosas calles de Sena, hasta llegar a las puertas de la ciudad. Allí se detuvo.
Era Bernardino de señoril aspecto: alto, fornido y elegante; en su despejada frente caían con suma gracia algunos mechones de su rizosa cabellera, mal aprisionada por un terciopelo carmesí ribeteado de largas y nevadas plumas; en sus ojos, pálidamente azules, rielaba la lumbre del astro de su espíritu, como rocío luminar en el cristal de un lago; en sus labios, apenas sombreados por el bozo, florecía una dulce sonrisa…
Tobía le miraba anhelosa pensando en que no habría de tardar la dama por quien suspiraba Bernardino. Pero de pronto su sorpresa fue grande, cuando vio que Bernardino, quitándose el terciopelo de los blancos airones, echando atrás la espada que aprisionaba gallardamente en el cinto, y arqueando sus piernas que enfundaba la estirante malla, se postró de hinojos mientras miraba extasiado la imagen de María esculpida en el frontón que coronaba las puertas de la ciudad…
¡María, la Virgen María, era la dulce amada del joven Bernardino…, la dama de sus castos pensamientos; la mujer, en fin –como él decía-, más noble y más hermosa de todas las mujeres de Sena!...

(CONTINUARÁ… Pag 380)

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