miércoles, 30 de mayo de 2012

SAN FERNANDO III, REY DE ESPAÑA




El gran doctor de la Iglesia, San Agustín, en el libro quinto de la Ciudad de Dios, pone estas palabras acerca de los reyes: “Los reyes no son felices por sus riquezas ni por su poder; son verdaderamente felices si gobiernan con justicia a los pueblos que les están sometidos; si no se envanecen con los discursos de sus aduladores ni en medio de las bajezas de sus cortesanos; si su elevación no les impide acordarse de que son mortales; si son lentos para castigar y prontos para perdonar; si emplean su poder en extender el reino de Dios; si prefieren al reino en que son los amos, el reino en que serán iguales a los demás.”
Juzgando la vida de San Fernando, puede afirmarse que este glorioso rey fue verdaderamente feliz, porque toda su vida constituyó un largo combate, una cruzada en la que, como el pobre trabajador gana el reino del cielo soportando con resignación las penas de su trabajo, él se santificó esgrimiendo su cetro por la verdad y la justicia.
Regna propter veritatem…, et justitiam, et deducet te mirabiliter dextera tua (1) Reina por medio de la verdad y de la justicia, y tu diestra te conducirá a obras maravillosas. Y esto hizo Fernando, rey de Castilla y de León.
Un rey santo es el fenómeno más extraordinario que puede ofrecerse a la consideración de los pueblos. ¿Por qué? Porque en ninguna parte es tan difícil adquirir la santidad como en los tronos. La adulación, la intriga, la hipocresía, el engaño, el bastardo interés, rodean muchas veces el solio de los príncipes. Se necesita ser un gran carácter para desafiar los mil peligros que brotan al paso de la planta regia, y para rechazar las miasmas de corrompidas pasiones que se agitan en torno de aquellos a quienes se halla confiada la alta dirección de los Estados. Todo hombre débil, cobarde, presto al arrullo de la lisonja y fácil a la molicie y al vicio, si se halla entronizado en las gradas del poder, caerá rápidamente en un bajo nivel moral; y en vez de ser monarca prestigioso, orgullo y honra de sus pueblos, será degenerado príncipe a quien sus súbditos mirarán con desprecio y para el cual guardará la Historia una página de profunda execración.
Grandes reyes, pues, son aquellos hombres que, constituidos en el solio saben hacer reinar la verdad y la justicia, bases únicas de orden y prosperidad en todos los pueblos.


(1)     Ps. XLIV, v. 5.


(CONTINUARÁ… pag 534)

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